La medalla de bronce conseguida por Julia Paternain en el maratón femenino del Mundial de Atletismo de Tokio no solo es un logro histórico para Uruguay, sino que también lo interpela y cuestiona fuertemente.
Primero, vale una aclaración para quienes tienen el “pero” fácil. Paternain pudo competir porque Uruguay no tenía representante en la prueba, y muchas atletas con mejor ranking quedaron fuera por la regla que limita a tres competidoras por país. Aun así, su desempeño fue brillante. Se metió en la élite y escribió una página inédita para el deporte celeste.
Paternain, hija de dos uruguayos y criada fuera del país, se subió al podio en una de las pruebas más exigentes del atletismo mundial, en un escenario donde históricamente dominan las potencias africanas. Su actuación pone sobre la mesa una pregunta incómoda: ¿cómo es posible que una atleta uruguaya haya logrado subir al podio de un Mundial absoluto de maratón femenino junto a, por ejemplo, deportistas africanas?
En el debate sobre los límites del deportista uruguayo en la alta competencia, puede aparecer la genética como una barrera: que el biotipo, que las condiciones naturales, que no estamos hechos para ciertos niveles. Hay antecedentes que parecen confirmarlo: en Juegos Odesur, Sudamericanos o Panamericanos, Uruguay pelea medallas.
En el barrio nos codeamos con los vecinos, pese a todo. Pero en Mundiales absolutos o Juegos Olímpicos, el panorama cambia: participar es una cosa, ser protagonista es otra, casi imposible.
Cabre preguntarse, por ejemplo: ¿Podía Déborah Rodríguez aspirar a una final mundial en velocidad? ¿Está María Pía Fernández en condiciones reales de pelear una medalla en 1.500 metros? ¿Qué chances tenía Dolores Moreira de subirse al podio en ILCA 6 con desventajas físicas frente a sus rivales? ¿Puede una hija de uruguayos competir en igualdad con africanas en el maratón?
La respuesta parecía ser no. Hasta ahora.
Paternain rompió el molde. Su medalla demuestra que el biotipo uruguayo, bien desarrollado, puede competir al más alto nivel. Lo que falta, entonces, no es genética. Es estructura.
La maratonista creció y se formó en sistemas deportivos de alto rendimiento, primero en el Reino Unido, luego en Estados Unidos. Allí encontró lo que aquí sigue siendo una deuda enorme por estos lados: planificación, recursos, acompañamiento, preparación a largo plazo. Una política deportiva seria.
El talento está. Las condiciones, también. Hace algunas semanas lo demostró el remero Felipe Klüver, otro que entrena fuera del país, con su oro mundialista. Lo que falta es inversión, captación temprana y un sistema que le permita al atleta desarrollarse sin depender del azar o del esfuerzo individual. Hace falta la voluntad política para llevarlo adelante.
Mientras eso no exista, lo de Paternain o de Klüver será una excepción. Y todo lo demás, puro discurso.

